Héctor Tajonar
El legado nocivo de Andrés Manuel López Obrador es la suma de cinismo, felonía y corrupción impune; disfrazadas de “cuarta transformación de la vida pública de México”. Dicho concepto y su ubicación al nivel de la Independencia, la Reforma y la Revolución como si se tratara de un acontecimiento consumado antes de iniciarse, es resultado de una invención megalómana que ha dado sustento retórico al sexenio que está por terminar.
El significado verdadero de la supuesta transformación, así como la evaluación de sus resultados concretos se han difuminado en la somnolencia de una narrativa demagógica repetida porfiadamente desde Palacio Nacional durante seis años.
El culto a la personalidad impuesto mediante la tiranía de la propaganda fue la prioridad y el mayor éxito del supremo impostor. Hipocresía hecha gobierno.
En un amplio sector del pueblo bueno, la locuacidad del prócer cuatroteísta ha tenido un efecto hipnótico, mientras en un extenso grupo de ciudadanos produjo un pasmo que poco a poco se fue convirtiendo en rechazo e indignación.
Hoy, a unos días de la elección más grande y definitoria de la nación, el demagogo y su candidata basan su oferta de campaña en la continuación de dicha entelequia. Se habla de “construir el segundo piso de la cuarta transformación”, empresa riesgosa si consideramos que el primero fue edificado en un pantano.
¿En qué ámbitos y con qué efectos se ha “transformado la vida pública”? ¿Se abatió la corrupción? ¿Se logró una reducción sustancial de la pobreza y la miseria? ¿Se redujo realmente la desigualdad social? ¿Se combatió eficazmente a la violencia y el crimen organizado? ¿Se planearon con rigor las grandes obras de infraestructura?
Todas estas interrogantes tienen una respuesta negativa fundada en abundante evidencia empírica, lo cual indica que no hubo tal transformación sino un costoso fracaso del presidente embaucador.